Cansada, sudada y viva después de un paseo en bici con
Linda. Sólo yo camino por el largo pasillo que comunica Acacias con Embajadores,
donde un violinista toca con arte una pieza clásica. Al fondo, un niño llega deslizándose
sobre los baldosines. En el momento en el que me inclino para echarle una
moneda al músico y éste me agradece con un gesto de cabeza, el niño tropieza y
cae entre risas suyas y de su madre. Yo les miro divertida y me devuelven la
sonrisa cuando nos cruzamos.
Al llegar al andén me pongo los cascos y suena Yellow
Ledbetter, menos triste pero más bonita que otras veces.
Es domingo y es perfecto y pienso que, a lo mejor, la felicidad es sólo esto.
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