Si hace unos meses dije que no creía en los flechazos, he de
bajar la cabeza y retractarme. Ocurrió el martes, en el camino a casa. Cuando
le vi a lo lejos estaba coqueteando con unas señoras, pero (así es el amor) en
cuanto me acerqué las dejó donde estaban para venir a mí. Me miró con esos
ojazos entre oliva y miel, tan rubio, tan gordo. Le acaricié, le susurré
palabras bonitas y supe que tenía que ser mío.
“Llévatelo, llévatelo” me gritaban las señoras. “No sé, es
que ya tengo otra…” Pero la decisión ya estaba tomada. Hacía tiempo que quería
darle un hermanito a Oshún para que pudiera jugar mientras yo estaba fuera de
casa, y si lo había pospuesto había sido por puro egoísmo. No quería que nadie
me quitase ni un poquito de su cariño o del tiempo que compartíamos juntas,
pero en el fondo, sabía que ella iba a ser más feliz.
Esta nueva adopción ha
sido un acto de amor, aunque nadie me cree y ahora mi familia y mis amigos
están escandalizados y me hacen prometer que es el último. Temen que me
convierta en la loca de los gatos, y supongo que no les faltan razones.
Técnicamente (lo he leído en Internet) hacen falta 5. Estoy a tres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario