miércoles, 5 de febrero de 2014

La intimidad y esa otra cosa a la que llaman sexo

Un mes después de mi momento de flaqueza empapada de Brugal con Sagitario, tuve otro momento, más largo, más consciente y totalmente sobrio, del que recuerdo absolutamente todo y para el que no puedo alegar locura transitoria.

Lo mío con Sagitario (si es que hay un “lo mío” con Sagitario, que eso aún está por ver) debería ser un lío sin pretensiones ni conflictos. Sólo dos personas solas que se gustan un poco, teniendo sexo ocasional y sin compromisos.

Pero nada es tan fácil cuando Sagitario es Sheldon Cooper con instinto sexual, y además, el compañero de piso de un amigo que lo pasaría un poco mal si se enterara de lo que hacemos cuando él no está presente.

Yo, hasta ahora, llevaba bastante bien la situación y apenas me sentía culpable (al fin y al cabo, lo que yo haga sin ropa, no es asunto de mi amigo, y no contándoselo le estoy ahorrando un mal momento y bla, bla, bla), pero el otro día nos pasamos de la raya e hicimos algo terrible: Me acarició los pies mientras veíamos una peli. Y lo peor es que aquello no fue preludio de nada, porque en cuanto mataron a todos los zombis y salieron los títulos de crédito, yo me calcé las botas y me fui a mi casa porque se me terminaba el metro. Fue intimidad, simple y tierna intimidad. Y eso es mucho peor que el sexo.


Ahora sí que me siento fatal.