Un mes después de mi momento de flaqueza empapada de Brugal
con Sagitario, tuve otro momento, más largo, más consciente y totalmente
sobrio, del que recuerdo absolutamente todo y para el que no puedo alegar
locura transitoria.
Lo mío con Sagitario (si es que hay un “lo mío” con
Sagitario, que eso aún está por ver) debería ser un lío sin pretensiones ni
conflictos. Sólo dos personas solas que se gustan un poco, teniendo sexo
ocasional y sin compromisos.
Pero nada es tan fácil cuando Sagitario es Sheldon Cooper
con instinto sexual, y además, el compañero de piso de un amigo que lo pasaría
un poco mal si se enterara de lo que hacemos cuando él no está presente.
Yo, hasta ahora, llevaba bastante bien la situación y apenas
me sentía culpable (al fin y al cabo, lo que yo haga sin ropa, no es asunto de
mi amigo, y no contándoselo le estoy ahorrando un mal momento y bla, bla, bla),
pero el otro día nos pasamos de la raya e hicimos algo terrible: Me acarició
los pies mientras veíamos una peli. Y lo peor es que aquello no fue preludio de
nada, porque en cuanto mataron a todos los zombis y salieron los títulos de
crédito, yo me calcé las botas y me fui a mi casa porque se me terminaba el metro. Fue intimidad, simple y
tierna intimidad. Y eso es mucho peor que el sexo.
Ahora sí que me siento fatal.