miércoles, 5 de marzo de 2014

Matando zombis

Una compañera mía de la universidad les llama fantasmas. Son esos amores que terminaron hace tiempo de forma más o menos abrupta, pero sin odio y sin desamor y cuando estás sola y la casa está en silencio te persiguen y te acechan con su ruido de cadenas y su “Buuuuuuuu ¿Y si nos queremos todavía? Buuuuuuuuu ¿Y si todo fue un error?”

Están los fantasmas, y luego están los zombis. Todavía no tengo una definición clara para ellos, porque acuñé el término el viernes pasado por culpa de esas extrañas asociaciones de palabras que hacemos a veces inconscientemente. Supongo que si tuviera psicoanalista, me daría una explicación. O no me la daría, porque los psicoanalistas no te explican nada, pero la anotaría en su cuaderno con cara de póker.

Hasta donde me he podido psicoanalizar yo misma, y sin ahondar mucho en mi cerebro, que a saber lo que encuentro, los zombis se diferencian de los fantasmas en que huelen mal, porque a diferencia de los otros, sí son de este mundo, sí son reales, y a veces les quieres reventar la cabeza.

Lo del viernes da para una entrada propia de blog, así que no ahondaré mucho en el tema, pero digamos que yo no me encontraba del todo bien y necesitaba un amigo, pero mi amigo necesitaba ver a la chica por la que anda colado, y aunque me había invitado a su casa, se pasó toda la comida con la nariz metida en el whatsapp, para poco después irse corriendo a verla (a ella y a su novio) dejándome un poco tirada. Yo entiendo que la bragueta nos pica a todos, pero para qué voy a mentir… me jodió.

Podría haber sido un viernes de mierda rematando una semana de mierda, pero como en las películas de ciencia ficción, vino el galán de turno (nerd de día, superhéroe de noche) a salvarnos a todos. Sagitario irrumpió en la historia haciendo lo que mejor sabe hacer: jugar a la Play.

Cuando mi amigo se marchó, me quité las botas, ignoré sus tímidos avances, cogí el mando, y nos pusimos a pegar tiros a diestra y siniestra dejando a nuestro paso un reguero de vísceras putrefactas. Qué sangría. Qué bien me lo pasé. Mi alma me pedía compañía pero mi cuerpo me pedía masacre, y la tuve.

Es una suerte que los videojuegos sean el segundo pasatiempo favorito de Sagitario, (o el primero no estoy segura), pero me alegro de que no le importara que yo no tuviera ganas de desnudarme, y de que me cubriera con su fuego cruzado cuando tenía que coger un botiquín porque me estaba quedando sin fuerzas y los zombis me querían morder el cerebro.

Vaya metáfora truculenta me ha salido para terminar.



miércoles, 5 de febrero de 2014

La intimidad y esa otra cosa a la que llaman sexo

Un mes después de mi momento de flaqueza empapada de Brugal con Sagitario, tuve otro momento, más largo, más consciente y totalmente sobrio, del que recuerdo absolutamente todo y para el que no puedo alegar locura transitoria.

Lo mío con Sagitario (si es que hay un “lo mío” con Sagitario, que eso aún está por ver) debería ser un lío sin pretensiones ni conflictos. Sólo dos personas solas que se gustan un poco, teniendo sexo ocasional y sin compromisos.

Pero nada es tan fácil cuando Sagitario es Sheldon Cooper con instinto sexual, y además, el compañero de piso de un amigo que lo pasaría un poco mal si se enterara de lo que hacemos cuando él no está presente.

Yo, hasta ahora, llevaba bastante bien la situación y apenas me sentía culpable (al fin y al cabo, lo que yo haga sin ropa, no es asunto de mi amigo, y no contándoselo le estoy ahorrando un mal momento y bla, bla, bla), pero el otro día nos pasamos de la raya e hicimos algo terrible: Me acarició los pies mientras veíamos una peli. Y lo peor es que aquello no fue preludio de nada, porque en cuanto mataron a todos los zombis y salieron los títulos de crédito, yo me calcé las botas y me fui a mi casa porque se me terminaba el metro. Fue intimidad, simple y tierna intimidad. Y eso es mucho peor que el sexo.


Ahora sí que me siento fatal. 


lunes, 20 de enero de 2014

Cibervenganza

En temas de infidelidad, como en cualquier cosa que tenga que ver con parejas y amores, no hay verdades absolutas. Existe el dicho aquel de que “los cuernos a más de 1000 kilómetros, no son cuernos”, el “ojos que no ven”, eso de que “las pajas no cuentan”…

Yo, que he sido, y me han sido infiel, y he perdonado y me han perdonado, tengo una opinión bastante particular y poco compartida al respecto, pero hoy no voy a hablar de mí.

El otro día, paseando por Badoo, me crucé con un chico de aspecto interesante que abiertamente ponía en su perfil que estaba en una relación de pareja. Comenzamos a hablar y le pregunté que qué buscaba en estas páginas:

“Venganza”, dijo.

Al parecer, su novia le había puesto unos cibercuernos que le llegaban hasta la memoria RAM, y para igualar el marcador, estaba intentando (con poco éxito hasta el momento) conseguir una chica con la que intercambiar fotos guarras y, si sonaba la flauta, marcarse una sex cam.

“Muy saludable vuestra relación… yo auguro boda”
“Ya, eso es lo que llevo diciendo dos años”

En ese punto de la conversación, yo me debería haber retirado amablemente deseándole lo mejor, pero la curiosidad me pudo y seguimos charlando.

“¿Y has tenido suerte?”
“Por ahora ninguna”
“Eso es el universo mandándote un mensaje, pero no sé si el mensaje es deja la venganza, que es muy fea, o es deja a tu novia y déjate de cibersexo y echa un buen polvo.

Puede ser que los años me hayan vuelto cínica, o tal vez fue que el chico, a pesar de todo, me terminó cayendo bien, o que no echaban nada en la tele, o puede ser que secretamente esté resentida con las parejas felizmente (o no) emparejadas, pero lo cierto es que al final me decidí a ayudarle. Al fin y al cabo, pensé, no es mi guerra.

Al día siguiente seguía intrigada con la historia que, a esas alturas ya era carne de este blog y entre mensaje y mensaje comencé a hilvanar teorías y modos de probarlas, así que tanteé discretamente:

“¿Y bueno, Moriarti, cómo se presenta el finde?”
“Poca cosa… a no ser que me invites a darme un mensaje del universo”

Ya. Y yo me lo creo.

“No te hagas el valiente”
“… Me has pillado”


Así que volvemos al inicio. En temas de cuernos, todos tenemos nuestros principios. Hasta los más infieles los tienen: Cuernos sí, pero sólo cuando me los ponen... Y si han sido por wifi, pues los pongo por wifi, no voy a ser un desalmado y usar mi 3g.