domingo, 26 de febrero de 2012

Y total… (jejejej II parte)


Jejejejes al margen, lo que realmente me perturbaba de ese mensaje era que había sido el único intento real de dejar los smarthones descansar y vernos en persona tras nuestro primer encuentro en el bar de Huertas. Tal vez mi negativa (los domingos tengo compromisos familiares nada compatibles con la vida social) le echó para atrás y horas y horas de whatsapp después seguía sin hacer ningún amago.

Que nadie me malinterprete. No es una concepción machista de “el chico tiene que dar el primer paso y nosotras a esperar y que nos cortejen” ni mucho menos. Es un concepto realista deducido tras muchos años de introspección. En temas de pareja y similares no me gusta llevar la voz cantante, no me siento cómoda. Soy tímida, soy insegura. Soy un puto desastre.
Además, el arrojo y la perseverancia demostrados el día del “Dame algo” me habían formado una imagen de Cutie mucho más, digamos, audaz. Hablando de imagen, con el tiempo la suya se iba difuminando en mi cabeza, e incluso tuve que confirmar con Charleen (He was cute, wasn’t he?) Además tenía en mente mi firme propósito de encontrar pareja antes de que se acabe el mundo, tanto marear la perdiz empezaba a ponerme un poco nerviosa, y total (y éste fue el argumento definitivo) tampoco tenía nada que perder.

Así, una noche tonta durante la última hora en la academia, mientras mis alumnos hacían ejercicios en silencio, decidí saltarme dos de mis normas de vida: Nunca tomes la iniciativa y nunca uses el teléfono en clase.

- Si al final no tienes planes esta noche podríamos quedar

Y le faltó tiempo para decir que sí. Yo terminé mi lección como si nada, y cuando todos los estudiantes se hubieron marchado, en un alarde de madurez y serenidad corrí hasta mi compañera gritando:

“Lindaaaa! I think I’ve got a date! I don’t know what to do! I don’t wanna go! Oh my! Why did I do that?”

Pero fui. Desempolvé conscientemente todo el encanto del que soy capaz y estuve muy a gusto. Tal y como recordaba resultó ser majísimo y muy mono. Y muy joven. Sí, en eso mi memoria y las escasas luces del sitio en el que le conocí, no me habían engañado.
Cuando nos cerraron los bares me acompañó al búho, nos dimos dos besos y nos despedimos diciendo que lo habíamos pasado muy bien, y que a ver si repetíamos pronto. Y sonamos sinceros. Yo, por lo menos, lo fui.

viernes, 24 de febrero de 2012

Jejejej


- ¿Qué haces el domingo? ¿Nos vamos de cañas? Jejejej
Llamadme ignorante o anticuada pero no lo entiendo, ¿Qué parte de irnos de cañas le hace tanta gracia? ¿Por qué se ríe?

Además de una recreación calculada de un hecho espontáneo (nos han contado algo muy divertido y queremos hacerle saber al otro la explosión de hilaridad que nos ha ocasionado) los jejejej se han convertido en una barrera ante posibles decepciones, una especie de condones para el orgullo. Al parecer funciona así:
Tú invitas a alguien al cine y te contesta “antes me veo un biopic de Belén Esteban dirigido por Gus Van Sant y doblado al coreano”.
Si no has tenido la precaución de añadir unos cuantos “Jes” a la proposición, esa respuesta es como una lanza empapada en vinagre traspasándote el estómago de camino al corazón. Si por el contrario has terminado tu mensaje con una dosis lo suficientemente larga de carcajadas digitales, no pasa nada, estás a salvo. Contrarrestas con un “Ya, si tú también me das un poco de asquete… jajaja” y asunto solucionado. Al otro siempre le quedará la duda de si lo decías en serio (a ti no) y tu dignidad saldrá indemne.

Y digo yo, ¿no estamos ya bastante protegidos detrás de una pantalla táctil? ¿No son ya invisibles nuestras inflexiones de voz y nuestros temblores de manos? ¿No podemos echar a correr (bloquear contacto) sin temor a que nos den alcance? Cada vez somos más cobardes, y cada vez arriesgamos menos. 

Pero cuidado porque los jejejejs son también un arma de doble filo que se convierten en reveladores de inseguridades: “¿Nos tomamos unas cañas? Jejejej” en mi traductor aparece como “quiero quedar contigo, pero soy demasiado tímido y me da una vergüenza espantosa pedírtelo”.

Pues estamos apañados, Cutie.

martes, 21 de febrero de 2012

Whatsapp o ¿Y así es como lo hacen los jóvenes ahora?


El otro día conseguí sacudirme la pereza y salí de copas con Charleen (mi compi del curro) y una amiga suya. Terminamos en un bar de Huertas (qué novedad) con unos cuantos vinos encima y muchas ganas de pasarlo bien.
Estábamos dándolo todo con Beyonce cuando ocurrió uno de esos fenómenos paranormales que sólo se dan a ciertas horas de ciertas noches mal planeadas: Un chaval (ventitantos, más bien ventipocos) se me acercó serenamente y me dijo algo. Yo, sin parar de bailar, contesté con alguna tontería que no recuerdo, y él se rió. Lejos de marcharse, y para mi sorpresa, el muchacho siguió dándome conversación. Ni el comentario de “eres un poco joven para mí” le desanimó, es más, mis estupideces le debían de parecer muy graciosas, porque a todas contestaba con una carcajada. En mi confusión me dije: “Beli, una de dos, o el Cacique de garrafón te convierte en Ricky Gervais, o este chico quiere ligar contigo”.
De camino a la calle para fumar un cigarro intenté analizar la situación: ¿Por qué un chico tan joven, tan alto, tan mono y tan sobrio querría perder el tiempo conmigo? Al no encontrar respuesta enseguida, me rendí a la nicotina y al alcohol barato y di por zanjado el tema con unos chupitos en la barra de arriba. De todas formas estaban cerrando el bar y yo no iba a volver a verle. 
Pero entonces apareció. Y me preguntó que si estaba huyendo. Y que si le iba a dejar así. Y que si me iba a marchar sin darle nada.
- Dame algo
- ¿El qué?
- Algo
- (cara de estupefacción)
- Dame tu teléfono.
Me rendí. Se lo dí. Me marché.
Al día siguiente, después de dar mis clases en un estado físico y mental bastante alejado de lo óptimo, y cuando me disponía a ir al rescate de mi amiga Dulce, que se encontraba en medio de una crisis, lo escuché:
Cuak, cuak. Cuacku, cuaku. Cuaku, cuaku, cuaku.
El sonido inequívoco de mi whatsapp. Inequívocamente, el chico mono del bar. Preguntándome que qué tal había terminado la noche.
A muchos les parecerá una tontería, pero yo, desde la tranquilidad de mi salón, entré un poco en pánico. Mi poca experiencia con esta tecnología, mi desconocimiento de las nuevas formas de relación entre los jóvenes, y mi innata inhabilidad social me hicieron sentir en terreno resbaladizo y plantearme cuestiones, en ese momento, de crucial importancia: 

¿Contesto ahora o mejor espero? 
¿Esto es como un sms, respondo y ya, o tengo que seguir la conversación? 
¿Y si seguimos, cómo sé cuándo hay que parar?

Por suerte tenía que coger el metro y eso me sirvió de cortafuegos natural, pero a la vuelta, con cierto temor pero ganas de quedar bien y no ser borde, le mandé un mensaje. Y me contestó. Enseguida. Y luego otro, y yo con cierta curiosidad y afán científico, me hice la Dian Fossey y empecé a imitar su comportamiento para ver si me confundía con una de su especie, y parece que funcionó, porque desde ese momento no hemos dejado de escribirnos. Ni un solo día, ni una sola noche. No recuerdo bien su cara (alto y muy mono, no puedo especificar mucho más), y ni siquiera estoy segura de que se llame como creo que se llama, pero no puedo dejar de preguntarme: ¿Es así como se inicia una relación en esta nueva sociedad 3G?

jueves, 16 de febrero de 2012

Esperando al tercero


Hace muchos años fui teleoperadora. Por un fallo de organización en las líneas, durante el primer mes a mi plataforma raramente le entraban llamadas, así que básicamente nos tirábamos 8 horas esperando nuestro turno para salir a fumar e ideando maneras de pasar el rato: desde jugar al pictionary hasta travestir a nuestros compañeros. Fue divertido y además cobrábamos bien.

Un día un chico del pasillo contiguo dijo que sabía leer la mano, así que más por aburrimiento que por confianza en los poderes psíquicos del muchacho, nos entregamos sin dudarlo a una sesión de quiromancia con los cascos puestos.
Para los escépticos, he de afirmar que sorprendentemente me dijo lo mismo que un par de años atrás me había predicho otro amigo que tiraba las cartas, y que apenas un mes después se haría realidad (esa es la historia de cómo llegué a Argentina por primera vez, pero no viene al caso).

La predicción fue mucho menos halagüeña cuando pasó al campo sentimental:
“En tu vida va a haber sólo tres hombres. El tercero va a ser el definitivo, con el que te quedes hasta el final. No será como lo esperas, pero te conformarás con él”
Mi primer impulso fue retirar la mano y plantársela en la cara. Él lo debió de leer en mis ojos (que para algo se supone que tenía un sexto sentido el chaval) y rectificó un poco:
“No es que te vayas a conformar con ser infeliz. Es que te vas a dar cuenta de que el amor no es lo que tú pensabas y lo vas a aceptar. Pero es bueno”. Ya claro. Bueno tus coj…

De todas formas yo había roto con mi primer novio hacía poco, y supuse que dos más no era un mal número, pero el tiempo pasó y sus sucesores seguían sin aparecer. Supongo que el fantasma del primer amor me pesaba más que las profecías.

No fue hasta que comencé un “algo” con fecha de caducidad con un amigo (mientras esperaba mi visa para mudarme de país) que se me abrió por fin un poquito el corazón y permití que entrara alguien a ventilarlo, a barrer las telarañas y a dejarlo preparado para que otro lo ocupara.

Al poco tiempo conocí a P. y contra todo pronóstico empezamos una relación que se convertiría en poco tiempo en la más seria que he tenido en mi vida. Como no me salían las cuentas, puse a mi amigo (del que ahora estoy algo distanciada, pero al que estaré siempre agradecida) en el número dos, de forma que P. fuera el tercero y definitivo. Realmente no era como yo me lo había imaginado, pero la nueva forma de amor que me enseñó (con sus rutinas, sus urgencias intestinales y sus píldoras anticonceptivas) me hizo razonablemente feliz.

Cuando rompimos me dijo algo devastador: “Hay que seguir buscando, Gallega. Hay que seguir buscando”

No sé cuán larga será la búsqueda, pero si mi compañero teleoperador estaba en lo cierto, sólo habré de hacerlo una vez más. Eso, supongo, debería ser reconfortante.

domingo, 12 de febrero de 2012

Vengo fallada

Hay preguntas que, por higiene mental, no conviene hacerse. Yo, que soy la alegría de la huerta con tendencia a la depresión y que encima he de convivir a solas conmigo misma durante muchas horas al día (4,5 de metro como mínimo) evado lo que puedo (la tele y el ipod ayudan), pero termino autoanalizándome más de lo que debería.

Así, de vez en cuando, mientras me frío unas patatas para cenar me planteo: ¿Y tú por qué estás soltera?

Miro a mi alrededor y veo a mis amigos felizmente casados planeando vidas juntos. Incluso veo a mis ex de escapada romántica con sus nuevos amores a los que sin duda quieren mucho más de lo que me quisieron nunca a mí.

Observo (porque ya que no hago, observo) que gente con la que hasta a mí, que no tengo manías, me resultaría insoportable convivir, engancha una pareja con otra o lo que es peor, engancha una y se queda con ella en lo que a priori es un “parasiempre” y llego a la conclusión de que algo no me debe de funcionar bien.

Y mira que soy maja.
Y mira que he aprendido a controlar mi mala leche.
Y mira que los hombres con los que he compartido mi vida me han enseñado a ser casi generosa con mis sentimientos.
Y ni aún así. Creo que vengo fallada de fábrica.

La gente que me quiere me dice que es porque soy muy exigente, o porque persigo un ideal que es imposible, o porque tengo demasiada personalidad y eso asusta a los hombres. Yo les agradezco su total falta de objetividad y sus intentos por levantarme la moral, pero sé que no es cierto. Sé que tengo un problema, aunque aún no haya averiguado cuál es. Y en eso estoy. En fase de experimentación. Cambiando cosas y rediseñando, y como toda versión Beta, haciendo aguas por todas partes y aspirando a ser mejor que Beli XP. Por ahora voy camino de convertirme en algo parecido al Windows Vista, o al IPhone 3, pero seguimos trabajando.

lunes, 6 de febrero de 2012

Lo que cuesta es empezar


Mi nombre es Beli, tengo 34 años, soy profesora de idiomas y estoy soltera”. Ahora es cuando un eco de voces a mi alrededor exclama al unísono “Hola Beli” y me da la bienvenida al grupo.
Comenzando a escribir este blog me ha dado cuenta de por qué las terapias colectivas (para dejar las drogas, el sexo, las ganas de matar a la cuñada o lo que sea) tienen esta rutina para recibir al nuevo en su primera sesión antes de que cuente su historia. Y es que lo que cuesta es empezar. A partir de aquí ya va todo rodado.

Por eso, porque lo complicado es arrancar, tardé dos años en darme cuenta de que mi nueva filosofía zen (o importaculista, según las versiones) me permitía pasar de todo y no preocuparme en exceso por casi nada y aunque eso me hacía relativamente feliz, me iba a llevar irrevocablemente a morir sola. Relativamente feliz, pero sola (bueno, probablemente rodeada de gatos que se harían pis en mi cadáver).

Un buen día, no sé exactamente la fecha, alertada por los augurios de un nuevo fin del mundo en el 2012 o por otra de esas salidas de amigos en las que se hace incómodamente notable que el grupo es impar (y todo por tu culpa) decidí ponerme mentalmente manos a la obra: Iba a conseguirme un novio.
Más fácil de pensar que de hacer, por supuesto. Mis escasas habilidades sociales, mi círculo social reducido y mis horarios caóticos no son una buena combinación.

Mi amiga Dolores (en su tranquila sabiduría) me recomendó apuntarme a cursos “Ahí la gente liga mucho” me aseguró. Un rápido vistazo a mi agenda me hizo descartar la idea. Si ni siquiera puedo encontrar un rato para pedir cita con mi dentista, ¿cómo voy a comprometerme a hacer macramé o animación por ordenador dos horas por semana?

Pedí ayuda a otros amigos con firmeza y seriedad (¿Conoces a un soltero de más de 30? Preséntamelo, porfi, porfi, porfi) con no tan buenos resultados (ya contaré la historia en otra entrada). Estaba claro que si quería llevar a cabo mi plan tenía que hacerlo de la única manera en que sé hacer las cosas, como las he hecho siempre: Sola.

Pero ¿por dónde empiezo? Pues por escribir un blog, claro. Y aquí estoy.