jueves, 16 de febrero de 2012

Esperando al tercero


Hace muchos años fui teleoperadora. Por un fallo de organización en las líneas, durante el primer mes a mi plataforma raramente le entraban llamadas, así que básicamente nos tirábamos 8 horas esperando nuestro turno para salir a fumar e ideando maneras de pasar el rato: desde jugar al pictionary hasta travestir a nuestros compañeros. Fue divertido y además cobrábamos bien.

Un día un chico del pasillo contiguo dijo que sabía leer la mano, así que más por aburrimiento que por confianza en los poderes psíquicos del muchacho, nos entregamos sin dudarlo a una sesión de quiromancia con los cascos puestos.
Para los escépticos, he de afirmar que sorprendentemente me dijo lo mismo que un par de años atrás me había predicho otro amigo que tiraba las cartas, y que apenas un mes después se haría realidad (esa es la historia de cómo llegué a Argentina por primera vez, pero no viene al caso).

La predicción fue mucho menos halagüeña cuando pasó al campo sentimental:
“En tu vida va a haber sólo tres hombres. El tercero va a ser el definitivo, con el que te quedes hasta el final. No será como lo esperas, pero te conformarás con él”
Mi primer impulso fue retirar la mano y plantársela en la cara. Él lo debió de leer en mis ojos (que para algo se supone que tenía un sexto sentido el chaval) y rectificó un poco:
“No es que te vayas a conformar con ser infeliz. Es que te vas a dar cuenta de que el amor no es lo que tú pensabas y lo vas a aceptar. Pero es bueno”. Ya claro. Bueno tus coj…

De todas formas yo había roto con mi primer novio hacía poco, y supuse que dos más no era un mal número, pero el tiempo pasó y sus sucesores seguían sin aparecer. Supongo que el fantasma del primer amor me pesaba más que las profecías.

No fue hasta que comencé un “algo” con fecha de caducidad con un amigo (mientras esperaba mi visa para mudarme de país) que se me abrió por fin un poquito el corazón y permití que entrara alguien a ventilarlo, a barrer las telarañas y a dejarlo preparado para que otro lo ocupara.

Al poco tiempo conocí a P. y contra todo pronóstico empezamos una relación que se convertiría en poco tiempo en la más seria que he tenido en mi vida. Como no me salían las cuentas, puse a mi amigo (del que ahora estoy algo distanciada, pero al que estaré siempre agradecida) en el número dos, de forma que P. fuera el tercero y definitivo. Realmente no era como yo me lo había imaginado, pero la nueva forma de amor que me enseñó (con sus rutinas, sus urgencias intestinales y sus píldoras anticonceptivas) me hizo razonablemente feliz.

Cuando rompimos me dijo algo devastador: “Hay que seguir buscando, Gallega. Hay que seguir buscando”

No sé cuán larga será la búsqueda, pero si mi compañero teleoperador estaba en lo cierto, sólo habré de hacerlo una vez más. Eso, supongo, debería ser reconfortante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario