El otro día conseguí sacudirme la pereza y salí de copas con
Charleen (mi compi del curro) y una amiga suya. Terminamos en un bar de Huertas
(qué novedad) con unos cuantos vinos encima y muchas ganas de pasarlo bien.
Estábamos dándolo todo con Beyonce cuando ocurrió uno de
esos fenómenos paranormales que sólo se dan a ciertas horas de ciertas noches
mal planeadas: Un chaval (ventitantos, más bien ventipocos) se me acercó
serenamente y me dijo algo. Yo, sin parar de bailar, contesté con alguna
tontería que no recuerdo, y él se rió. Lejos de marcharse, y para mi sorpresa,
el muchacho siguió dándome conversación. Ni el comentario de “eres un poco
joven para mí” le desanimó, es más, mis estupideces le debían de parecer muy
graciosas, porque a todas contestaba con una carcajada. En mi confusión me
dije: “Beli, una de dos, o el Cacique de garrafón te convierte en Ricky
Gervais, o este chico quiere ligar contigo”.
De camino a la calle para fumar un
cigarro intenté analizar la situación: ¿Por qué un chico tan joven, tan alto,
tan mono y tan sobrio querría perder el tiempo conmigo? Al no encontrar
respuesta enseguida, me rendí a la nicotina y al alcohol barato y di por
zanjado el tema con unos chupitos en la barra de arriba. De todas formas
estaban cerrando el bar y yo no iba a volver a verle.
Pero entonces apareció. Y
me preguntó que si estaba huyendo. Y que si le iba a dejar así. Y que si me iba
a marchar sin darle nada.
- Dame algo
- ¿El qué?
- Algo
- (cara de estupefacción)
- Dame tu teléfono.
Me rendí. Se lo dí. Me marché.
Al día siguiente, después de dar mis clases en un estado
físico y mental bastante alejado de lo óptimo, y cuando me disponía a ir al
rescate de mi amiga Dulce, que se encontraba en medio de una crisis, lo
escuché:
Cuak, cuak. Cuacku, cuaku. Cuaku, cuaku, cuaku.
El sonido inequívoco de mi whatsapp. Inequívocamente, el
chico mono del bar. Preguntándome que qué tal había terminado la noche.
A muchos les parecerá una tontería, pero yo, desde la
tranquilidad de mi salón, entré un poco en pánico. Mi poca experiencia con esta
tecnología, mi desconocimiento de las nuevas formas de relación entre los
jóvenes, y mi innata inhabilidad social me hicieron sentir en terreno resbaladizo
y plantearme cuestiones, en ese momento, de crucial importancia:
¿Contesto
ahora o mejor espero?
¿Esto es como un sms, respondo y ya, o tengo que seguir
la conversación?
¿Y si seguimos, cómo sé cuándo hay que parar?
Por suerte tenía que coger el metro y eso me sirvió de
cortafuegos natural, pero a la vuelta, con cierto temor pero ganas de quedar
bien y no ser borde, le mandé un mensaje. Y me contestó. Enseguida. Y luego
otro, y yo con cierta curiosidad y afán científico, me hice la Dian Fossey y empecé a
imitar su comportamiento para ver si me confundía con una de su especie, y
parece que funcionó, porque desde ese momento no hemos dejado de escribirnos. Ni
un solo día, ni una sola noche. No recuerdo bien su cara (alto y muy mono, no
puedo especificar mucho más), y ni siquiera estoy segura de que se llame como
creo que se llama, pero no puedo dejar de preguntarme: ¿Es así como se inicia
una relación en esta nueva sociedad 3G?
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