lunes, 31 de diciembre de 2012

De años viejos y nostalgias


El fin de año siempre me pone nostálgica. Como los domingos, los bollos de canela, el futbolín, los columpios del Paseo del Prado y los aeropuertos. También las canciones de Bryan Adams, pero eso no lo voy a decir porque es demasiado vergonzoso para confesarlo en un blog.

Supongo que tengo mucho que agradecer al 2012 y mucho que esperar del 2013, pero aún así, como tengo alma de portuguesa (y más cosas de portuguesa que se disimulan con cera) me entrego a los recuerdos y la saudade hasta que la sidra, el Cacique y las mamarrachadas de los que dan las campanadas en la tele hagan efecto.

Recuerdo, por ejemplo, que un día como hoy de hace dos o tres años me estaba enrollando en el baño de una fiesta con Gandalf (muy apropiado porque yo iba vestida de elfa del bosque. Pobre vestido, por cierto). 

Hace mucho más tiempo, en otra vida, el que hasta hoy sigue siendo el amor de mi vida me “presentaba” a su madre entre una multitud en el salón de su casa: “éste es Juanjo, ésta Mari, y ésta, mamá, ésta es Beli, mamá… Beeeeliii” mientras guiñaba un ojo. Un encuentro mucho más formal que cuando me vio por primera vez, escondida debajo del asiento del coche de su hijo que supuestamente se iba a la playa “con unos amigos”.

Mucho después, en otras latitudes pero también un 31 de diciembre, la llegada del año me pilló corriendo por las calles de un pueblecito andino, porque con tanto vecino invitando a chicha no nos dimos cuenta de que eran las 12 y ya habían empezado los petardos y la quema de los año viejos.

Esta vez no habrá disfraces, ni fiestas, ni besos, ni, gracias a dios, maíz fermentado (después de aquellas navidades no probé otra gota de alcohol hasta febrero).

Pero va a haber una madre que va a hacer como que no le importa que mi hermano y su familia se hayan vuelto a escaquear y cocinará como para 20 aunque sólo seamos 4, una abuela que se empezará a comer la uvas en cuanto Anne Igartiburu salga marcando tanga en la pantalla, un padre extralocuaz que no termina de entender que no entiendo de vinos y que me lo voy a beber igual, sea de la cosecha que sea, y dos gatos hinchapelotas que me alegran la vida y el año todos los días aunque no sea fiesta.

Con los tiempos que corren, me siento afortunada por ser la nostalgia lo único que me preocupe en Noche Vieja, y por eso, de verdad, y totalmente sobria (no es exaltación de la amistad), aprovecho y digo, a todos los que leéis esto, a todas las personas a las que quiero, a las que me quieren, a las que un día me quisieron y a las que quisieron quererme:

Feliz 2013

viernes, 28 de diciembre de 2012

¿Por qué éste sí?


Hace dos meses que conocí a Pepe. Sólo en la primera semana fuimos al cine, al teatro, hecho senderismo y hasta tuve mi primera crisis. Supongo que eso debe de suponer algún tipo de récord, a ver si lo googleo y me meto en un ránking.

Desde entonces ha habido muchos cines, cenas, mucho dormir abrazados y mucha cara de imbécil en el metro volviendo de su casa. Hablo de esa cara que se le queda a una cuando ha dormido poco pero bien, y en el camino de regreso mira a la gente del vagón pensando “Se van a dar cuenta. Se me nota que he follado”. Y su cerebro aturdido por la subida hormonal sólo acierta a rememorar lo que paso anoche (y por la mañana). Lo que dijo, lo que hizo, lo que acarició, lo que besó… Qué estupidez deliciosa.

Lo que no termino de entender es por qué él sí y otros no. Por qué por primera vez desde que rompí con P. quiero que un ente concreto se inmiscuya en mi vida. ¿Qué tiene él que no tuvieran los otros?

Mi potencial dragon tiene cualidades, faltaría más: Es inteligente, culto, cariñoso, con sentido del humor… Como tantos otros. Pero éste me miente y yo le creo. Adiós barreras, adiós murallas. Hola corazón hecho polenta.

martes, 25 de diciembre de 2012

Cara de gilipollas (Happybeli to you III)

(Viene de entradas anteriores, y con éste ya termino)

Tercer regalo: Una preciosa cara de gilipollas a estrenar

La cena de cumpleaños marchaba estupendamente, tanto que incluso en un momento los maridos salieron a fumar a la calle, los peques se durmieron y pudimos quedarnos solas a marujear de nuestras cosas. Les conté un poco (sin entrar en detalles) sobre Pepe, nos pusimos al día, María me preguntó que cómo me sentía con las noticias de los últimos embarazos, se lo conté y por su parte confesó que ella misma a veces también se siente agobiada y echa de menos tener algo de vida más allá de sus dos pequeños. Me conmoví, no me lo esperaba. Pero como el tiempo apremiaba, pasamos a otro tema:

- Así que P. ha tenido un niño
- ¿ehin?
- Ah ¿No lo sabías? Perdona, es que como ha colgado las fotos en facebook pensé...
- Ya nunca entro en facebook
- A lo mejor no es suyo... no lo sé, no miré mucho... yo...
- No, si da igual

Al día siguiente lo comprobé, eso sí, con mi madre al lado para, al tener público, asegurarme de que mantenía la compostura y la dignidad. Y sí. Había sido padre. No sé si de un niño o una niña porque lo único que vi en las fotos era mi propia cara con un cartel de "gilipollas" en la frente, así, para todo el que lo quisiera ver, en abierto y en mi muro de facebook.

Cuando empezamos a salir, P. tenía una hija y muy claro que ya había cumplido con la patria, que no quería más. Cuando 2 años de convivencia y una ruptura después vino a España a que nos reconciliáramos, el tema de la descendencia era el único que nos separaba de un futuro común, y entonces me dijo las palabras de amor más bonitas que he escuchado nunca:

"Por ti, estoy dispuesto a tener un hijo"

Un mes después de aterrizar en su país para pasar el resto de la vida a su lado, una noche comiendo pizza me dijo que había cambiado de opinión. Que con su hija tenía bastante, que había pasado tres años alejado de ella, y que ahora no podía compartirla con otro niño. Que no tenía tiempo. Pero claro, para ese entonces ya no me quería.

Esa es la diferencia. A esta chica, a la que conoció apenas dos meses después de que yo volviera con el corazón en una cajita, sí la quiere, y las fotos de la familia feliz en la habitación del hospital es la constatación de que yo lo dejé todo en España para construir un futuro con un hombre que, desde hacía tiempo, me había dejado de querer, pero no se había dado cuenta. La constatación de que hice el gilipollas. En facebook. Para que todo el mundo lo sepa.
Feliz cumpleaños, Beli.

sábado, 22 de diciembre de 2012

Ni fin del mundo ni ná


Pues parece que después de todo el mundo no se ha acabado. Qué desilusión, con lo que me apetecía a mí ver una lluvia de asteroides, o conocer a un zombi en persona.

Tampoco me ha tocado la lotería, lo cual está muy bien, porque así estoy segura de que el hombre que me quiera no lo hará por mi dinero.

Lo malo de todo esto es que habrá que hacer otra vez propósitos de año nuevo y no cumplirlos, y seguir viviendo en este mundo tal y como lo conocemos, que, la verdad, a veces es un asco.

Pero es Navidad, he sacado los adornos y mi espíritu navideño del trastero y estoy dispuesta a disfrutar de lo que venga, sea una cena familiar desastrosa, un apocalipsis o simplemente una mañana de dormir hasta más allá del medio día, que me lo he ganado.

¡Felices Fiestas!

PD. ¿Y ahora que hago yo con los 50 litros de agua y la máscara de gas que compré en el Lidl?

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Amor del bueno (Happybeli to you II)


Hace un mes que dejé colgado el post de mi cumpleaños, pero claro, si ultimamente no soy capaz de llegar puntual ni al trabajo, pues mucho menos al blog.
Por suerte, con la memoria excelente que tengo para las gilipolleces, me acuerdo de lo que quería contar. Vamos a empezar por el principio:

¡Feliz no-cumpleaños, Beli!

Segundo regalo (Una caja de amor del bueno (con conservantes y edulcorantes naturales)

Ya he dicho antes por aquí que todas mis amigas están casadas, preñadas o paridas. A mí me encantan los niños, quiero con locura a mis sobrinos postizos, me alegro de corazón con la noticia de cada embarazo, juego con ellos, les presto mis peluches, les doy besitos cuando lloran y cuando no, soy paciente, estoy pendiente... estoy hasta los cojones. 
Mi instinto maternal salió por la puerta el día que Oshún entró por ella y tiré mi reloj biológico por la ventana, porque tanto tic tac no me dejaba dormir. 

Y lo cierto es que cada vez que quedo con mi gente de verdad, me encuentro arrastrada a un torbellino de gritos, llantos, vasos de cerveza volcados y conversaciones entrecortadas que giran entorno a naúseas, vómitos, guarderías, ciáticas, suegras y ecografías. 

Lo siento, pero ya estoy harta. No es mi vida, no tengo nada que ver con todo eso, me siento tan ajena, tan fuera de lugar, que se me quitan las ganas de compartir mis cosas, me aburro un poco y echo de menos los tiempos en los que podíamos estar horas jugando a las cartas, comiendo guarrerías y hablando de todo y de nada. O salir a bailar. O hacer tonterías sin horario. Como sé que no es posible, me resigno y saco lo mejor de la situación, pero a veces me harto y no puedo.

El día de mi cumpleaños, cuando me bajaron los niveles de dopamina tras la noche con Pepe, sólo me quedó el sueño y el cansancio. Y unas nulas ganas de bajarme de mi nube para mezclarme con la prosaica realidad familiar de mis amigas. Para colmo, a los 15 minutos de rigor que iba a llegar tarde, se sumaron 45 más por culpa de un malentendido con la hora de quedada, y  terminé nerviosa, a las carreras, despotricando contra el mundo, mi vida y lo difícil que es encontrar un taxi en mi barrio, sobre todo cuando tienes prisa.

En el camino fui envenenándome de a poquitos y buscando excusas para volverme a casa y mandarlo todo a paseo, pero claro, está feo eso de no presentarse en tu propia cena de cumpleaños, así que cambié el discurso y me preparé para afrontar lo que me iba a encontrar al llegar al restaurante. Y ¿qué me encontré?

Pues un montón de caras contentas, de "feliz cumpleaños", de abrazos, de besitos pegajosos, un "tranquila, que ya has llegado" y un divertido "hemos aprovechado que no estabas para pedir carnaza" (soy vegetariana).

Mis amigas. Las que están ahí. Las que siempre estarán, las que me perdonan que sea un desastre, las que llevan soportando sin reproches mi impuntualidad desde hace 20 años, las que siempre me esperaron cuando me marché a otro país, ya dos veces, para no volver. Las que me hicieron la tía postiza más orgullosa del mundo.

A veces se me olvida, pero eso es amor y no las tonterías de Jenifer Aniston.