El fin de año siempre me pone nostálgica. Como los domingos,
los bollos de canela, el futbolín, los columpios del Paseo del Prado y los
aeropuertos. También las canciones de Bryan Adams, pero eso no lo voy a decir
porque es demasiado vergonzoso para confesarlo en un blog.
Supongo que tengo mucho que agradecer al 2012 y mucho que
esperar del 2013, pero aún así, como tengo alma de portuguesa (y más cosas de
portuguesa que se disimulan con cera) me entrego a los recuerdos y la saudade
hasta que la sidra, el Cacique y las mamarrachadas de los que dan las
campanadas en la tele hagan efecto.
Recuerdo, por ejemplo, que un día como hoy de hace dos o tres años me
estaba enrollando en el baño de una fiesta con Gandalf (muy apropiado porque yo
iba vestida de elfa del bosque. Pobre vestido, por cierto).
Hace mucho más
tiempo, en otra vida, el que hasta hoy sigue siendo el amor de mi vida me “presentaba”
a su madre entre una multitud en el salón de su casa: “éste es Juanjo, ésta
Mari, y ésta, mamá, ésta es Beli, mamá… Beeeeliii” mientras guiñaba un ojo. Un
encuentro mucho más formal que cuando me vio por primera vez, escondida debajo
del asiento del coche de su hijo que supuestamente se iba a la playa “con unos
amigos”.
Mucho después, en otras latitudes pero también un 31 de
diciembre, la llegada del año me pilló corriendo por las calles de un pueblecito
andino, porque con tanto vecino invitando a chicha no nos dimos cuenta de que
eran las 12 y ya habían empezado los petardos y la quema de los año viejos.
Esta vez no habrá disfraces, ni fiestas, ni besos, ni,
gracias a dios, maíz fermentado (después de aquellas navidades no probé otra
gota de alcohol hasta febrero).
Pero va a haber una madre que va a hacer como que no le
importa que mi hermano y su familia se hayan vuelto a escaquear y cocinará como
para 20 aunque sólo seamos 4, una abuela que se empezará a comer la uvas en
cuanto Anne Igartiburu salga marcando tanga en la pantalla, un padre
extralocuaz que no termina de entender que no entiendo de vinos y que me lo voy
a beber igual, sea de la cosecha que sea, y dos gatos hinchapelotas que me
alegran la vida y el año todos los días aunque no sea fiesta.
Con los tiempos que corren, me siento afortunada por ser la
nostalgia lo único que me preocupe en Noche Vieja, y por eso, de verdad, y totalmente
sobria (no es exaltación de la amistad), aprovecho y digo, a todos los que
leéis esto, a todas las personas a las que quiero, a las que me quieren, a las
que un día me quisieron y a las que quisieron quererme:
Feliz 2013