miércoles, 31 de octubre de 2012

La menos mala forma de romper


No sé si lo sabéis, pero en Meetic hay ciertas conversaciones recurrentes por las que, entre coqueteo y coqueteo, uno pasa invariablemente, especialmente durante el primer chat. Una de ellas es la suerte que uno ha tenido en la página (muy buena nunca ha podido ser cuando ahí sigues), si ha conocido a alguien interesante, si ha llegado a tener alguna relación… En esas estábamos con Pepe (el abuelo) cuando me ha contado que estuvo 8 meses con una chica que conoció por aquí. La cosa fue más o menos así:

Beli: Entonces por lo menos te has conseguido enamorar
          por Meetic, eso ya es algo
Pepe: He dicho que estuve 8 meses con ella, no que me
            enamorase
Beli: ¿Y cómo estás 8 meses con una persona de la que no
           estás enamorado?
Pepe: Pues porque al principio pensé que sí, que me iba a
            enamorar, pero luego pasó el tiempo y no lo
            conseguí, y como soy un poco torpe para estas cosas,
            no sabía cómo cortar y se fue alargando. Ella sí se
            enamoró y terminé haciéndole daño.
Beli: Pues si yo me enamoro locamente de ti y tú quieres
           cortar, dímelo enseguida aunque sea por mail.

Me salió del alma, tan espontáneamente como se puede decir algo desde un teclado. Y me sentí fatal. ¿No es exactamente eso lo que yo estoy haciendo con JL? ¿Dejar pasar el tiempo, esperar un milagro, sentir cada vez menos y permitir que él, mientras tanto, se enrede en cosas que no son pero lo parecen?

Me costó conciliar el sueño, estuve dando vueltas, en la cama, y a la mejor manera de hacer lo que tenía que hacer, lo que tenía que haber hecho hace ya tiempo: Cortar con JL.

Podía esperar a la siguiente cita, pero estaría una semana creando la expectativa de un nuevo encuentro para luego echar el jarro de agua fría a los 5 minutos. Podría escribirle diciendo que teníamos que hablar, y luego explicárselo en persona, pero se iba a su tierra y eso supondría tenerle en vilo tres días para nada.

Al final tomé, supongo, la alternativa más fácil, la más cobarde, tal vez, pero la que resolvía de un plumazo mis problemas de conciencia: Le escribí un e-mail. Lleno del cariño que le tengo, pero un e-mail. Cargado de remordimientos y mea culpas, pero un e-mail. Al fin y al cabo, toda nuestra comunicación (excepto cuando estábamos juntos) pasó por ahí. Nunca hablamos por teléfono ni whatsappeamos (nunca le di mi número). El correo electrónico era, en cierto modo, el vehículo donde se gestó lo nuestro, y por lo tanto, el vehículo donde debía morir. O eso me digo para sentirme mejor.

domingo, 28 de octubre de 2012

Semana de euforia en Meetic


He tenido una semana ajetreada en Meetic. Se terminaba la promoción que me habían ofrecido y tenía que repartir mi dirección de Messenger al mayor número de solteros posibles para estar entretenida por lo menos un par de meses.

Lo mejor de las promociones es abrir tu bandeja de entrada y saciar tu curiosidad escudriñando entre los mensajes viejos, de esos de los que sólo habías podido leer el título y ver la foto, y entre ellos, me he encontrado esta sorpresa:

Le has gustado a este abuelo.
Buena suerte.
Besos,
P.

Simple y efectivo. Me hizo reír, y eso se merece un correo. Nunca respondo a mayores de 39 (por algún sitio hay que cortar) y raramente a divorciados, y el muchacho en cuestión tiene 42 y está separado.

Me he marcado un par de chats y he intercambiado correos con varios chicos, de mi edad, solteros, agradables… y la verdad, ninguno me ha llamado la atención tanto como el abuelo. Moraleja: …Bueno, no sé si hay moraleja. Que el hombre me gusta. Sin dar el perfil. Sin ser lo que buscaba. Pero me gusta.

miércoles, 24 de octubre de 2012

¿Y si…? (La espinita del Salmantino)


Procrastinando la corrección de redacciones entro en Meetic a ver qué se cuece. Poca cosa: Un flechazo aquí, un mail que no puedo abrir allá, y de repente, un mensaje de chat de un apodo familiar. Es el Salmantino, con un saludo muy original que ya me había hecho hace uno o dos millones de años, en la era pre JL, pre Luke, pre hastío.

“Este chico está tonto”, me digo, pues sabe de sobra que no puedo usar el chat. O no se acuerda, que es lo más probable (con la que monté para poder pasarle mi e-mail). Me indigno al darme cuenta y me propongo ignorarle, pero no puedo. La curiosidad mató al gato, dicen y a esta gata la curiosidad le ha hecho hacer más de una tontería horizontal, vertical, y últimamente, frente a la pantalla de un ordenador. Me conecto al Messenger porque “¿Y si…?” 

Cómo odio los “¿Y si…?”, especialmente cuando se los pregunta la Meg Ryan que tengo encerrada bajo dos candados en el sótano de mi subconsciente. ¿Y si este hombre que me hizo soñar por chat y luego desapareció es, finalmente, el hombre de mi vida? ¿Y si por orgullo estoy despreciando la oportunidad de conocer al único soltero realmente interesante de Meetic? ¿Y si aunque nunca más escribió, contestó, ni accedió a quedar conmigo, secretamente ha estado pensando en mí, arrepintiéndose de su cobardía? ¿Y si su silencio se debe a motivos inconfesables, como haber sido secuestrado por un dictador africano que le sorprendió intentando instaurar la democracia en el país? ¿O resultó herido al salvar a una inocente ancianita de las garras de un delincuente perverso, mallas de lycra incluídas?

Tengo que averiguarlo, así que espero impaciente a que me responda, y ahí está, prometiéndome (cómo no) que mañana viene a Madrid y que le gustaría que nos viéramos. Intercambiamos números y la voz de Helena Bonham-Carter (que está amordazando a Meg con un calcetín) me dice que no sea ilusa, que no va a aparecer.

Como no las tengo todas conmigo, al día siguiente llego media hora tarde a la cita y para mi sorpresa, él está ahí, esperándome. Y para mi sorpresa, no hay chispas ni mariposas, ni dragones sobrevolando nuestras cabezas. Sólo un par de cervezas en la mesa y una conversación sobre ciencia ficción y Marte. Él está convencido de que nuestros nietos se mudarán allí a vivir una vez agotados los recursos en la Tierra y yo le digo que es más fácil transformar este planeta e importar agua que irnos todos para allí cual caravana dominical de los 60 pero en naves espaciales (con lo complicadas que son las mudanzas). Luego pasamos a discutir regímenes políticos y sociales de ahora y de siempre y critica mi “relativismo”. Con lo orgullosa que estoy de mi relativismo y del esfuerzo que me ha costado llegar hasta él. 

Otro bar y religión, cine (Lars Von Trier es trending topic en todas mis citas), Ana María Matute y Olvidado rey Gudú, y sin darnos cuenta ya es más de la 1 y me lo estoy pasando genial. Como me lo pasaba con los colegas frikis de la tienda de cómics que frecuentaba en mis años de universidad. La conversión es igual de animada y mi atracción sexual es igual de nula. Para animar la cosa, se me rompe el tirante del vestido y le enseño sin querer una teta, pero ni por esas la temperatura de la cita se eleva, hacemos que no ha pasado nada y seguimos con la charla.

Un poco antes de las dos dice que se tiene que retirar, que aún le quedan unos cuantos kilómetros hasta Salamanca, así que nos despedimos, y yo no puedo quitarme una sonrisa triunfal de la cara.

Ya está, fuera espinita, se acabó el fantasear con el Salmantino, se acabaron los “¿Y si…?” Ya sé quién es y ya sé que no quiero nada con él. Sé que me encantaría presentárselo a una amiga si me quedara alguna soltera. Qué engañoso es esto del ciberespacio, cómo jugamos con nuestras mentes y nuestras expectativas, cómo nos mentimos. Me monto en el búho sintiendo como que atravieso una cortina de humo y al otro lado están las ganas que tengo de echar un Trivial, no un polvo, con el Salmantino.

miércoles, 3 de octubre de 2012

El Bicho

En contra de lo que pensaba, adoptar al Bicho no ha hecho sino estrechar mi relación con mi pequeña familia felina. Observarles mientras me destrozan la casa, escuchar sus ronroneos, ver multiplicarse la bola de pelos que cubre mi sofá y dormir con uno en los pies y otro en la cabeza me hace cuestionarme si realmente necesito poner un hombre en mi vida. No sé si mi amor es infinito, y Oshún y el Bicho ya se llevan una gran parte.

Por cierto, yo le quería llamar Tyrion o Pinkman (definitivamente es un Jessie Pinkman, callejero, malote y tierno hasta la médula) pero tenía miedo de encariñarme y que luego no se llevara bien con Oshún. Una vez que le pones nombre no hay marcha atrás.

Durante la semana de adaptación una canción de Pereza me rondaba la cabeza y se la cantaba mientras le acariciaba la barriga y jugaba a la pelota en su habitación. La gente piensa que es un nombre feo, pero él y yo sabemos que no y eso es lo que importa.