No sé si lo sabéis, pero en Meetic hay ciertas
conversaciones recurrentes por las que, entre coqueteo y coqueteo, uno pasa
invariablemente, especialmente durante el primer chat. Una de ellas es la
suerte que uno ha tenido en la página (muy buena nunca ha podido ser cuando ahí
sigues), si ha conocido a alguien interesante, si ha llegado a tener alguna
relación… En esas estábamos con Pepe (el abuelo) cuando me ha contado que
estuvo 8 meses con una chica que conoció por aquí. La cosa fue más o menos
así:
Beli: Entonces por lo menos te
has conseguido enamorar
por Meetic, eso ya es algo
por Meetic, eso ya es algo
Pepe: He dicho que estuve 8 meses
con ella, no que me
enamorase
enamorase
Beli: ¿Y cómo estás 8 meses con
una persona de la que no
estás enamorado?
estás enamorado?
Pepe: Pues porque al principio
pensé que sí, que me iba a
enamorar, pero luego pasó el tiempo y no lo
conseguí, y como soy un poco torpe para estas cosas,
no sabía cómo cortar y se fue alargando. Ella sí se
enamoró y terminé haciéndole daño.
enamorar, pero luego pasó el tiempo y no lo
conseguí, y como soy un poco torpe para estas cosas,
no sabía cómo cortar y se fue alargando. Ella sí se
enamoró y terminé haciéndole daño.
Beli: Pues si yo me enamoro
locamente de ti y tú quieres
cortar, dímelo enseguida aunque sea por mail.
cortar, dímelo enseguida aunque sea por mail.
Me salió del alma, tan espontáneamente como se puede decir
algo desde un teclado. Y me sentí fatal. ¿No es exactamente eso lo que yo estoy
haciendo con JL? ¿Dejar pasar el tiempo, esperar un milagro, sentir cada vez
menos y permitir que él, mientras tanto, se enrede en cosas que no son pero lo
parecen?
Me costó conciliar el sueño, estuve dando vueltas, en la
cama, y a la mejor manera de hacer lo que tenía que hacer, lo que tenía que
haber hecho hace ya tiempo: Cortar con JL.
Podía esperar a la siguiente cita, pero estaría una semana
creando la expectativa de un nuevo encuentro para luego echar el jarro de agua
fría a los 5 minutos. Podría escribirle diciendo que teníamos que hablar, y
luego explicárselo en persona, pero se iba a su tierra y eso supondría tenerle
en vilo tres días para nada.
Al final tomé, supongo, la alternativa más fácil, la más
cobarde, tal vez, pero la que resolvía de un plumazo mis problemas de conciencia:
Le escribí un e-mail. Lleno del cariño que le tengo, pero un e-mail. Cargado de
remordimientos y mea culpas, pero un e-mail. Al fin y al cabo, toda nuestra
comunicación (excepto cuando estábamos juntos) pasó por ahí. Nunca hablamos por
teléfono ni whatsappeamos (nunca le di mi número). El correo electrónico era,
en cierto modo, el vehículo donde se gestó lo nuestro, y por lo tanto, el
vehículo donde debía morir. O eso me digo para sentirme mejor.