miércoles, 30 de enero de 2013

La necesidad de abrazar


Víctor es una preciosidad de piel pálida y enormes ojos oscuros. Tiene 6 años, déficit de atención y lleva cinco meses volviéndome loca: Se levanta, golpea la mesa en frustración, es incapaz de hacer una ficha si no es en mi sitio y con mi atenta mirada sobre su hombro. 

No contesta a las preguntas ni participa en los juegos más allá de la primera ronda y yo me debato entre tenerle bajo control o permitir que los otros 9 peques se me desmadren y vuelvan a su casa sin saber la diferencia entre “it is” e “it isn’t” (eso nunca).

Le regaño, se enfurruña, le ignoro, patea la puerta y cuando me descuido y abstraída imito a un dinosaurio para regocijo de la clase, noto una cálida y delicada presión alrededor de mi cintura. Es Víctor y me está abrazando.

He descubierto que mientras nota esa cercanía, la seguridad del contacto físico, está calmado y conforme. Y yo sigo con mi clase como si no pasara nada.

- You know you have a kid hanging from your hips, don't you? (me pregunta Charleen asustada al entrar en el aula)
- Yeah… Long story

¿No sería genial si pudiéramos hacer lo mismo? En el metro, por ejemplo, en una de esas crisis de soledad que le entran a una a veces cuando es martes por la noche y tienes hambre y estás cansada y quieres llegar a casa porque en 10 horas tienes que estar explicando el present perfect por quinta vez este mes, y parece que la semana no va a terminar nunca. En ese momento debería estar permitido levantarte del asiento y abrazar muy fuerte al primer desconocido que entrase en el vagón.

-No se preocupe, señor. Será sólo hasta Príncipe de Vergara.

domingo, 27 de enero de 2013

Motivos para volver

¿Cómo se hace para que dos personas orgullosas y enfadadas vuelvan a hablarse sin que ninguna de las dos dé el primer paso? Eso es algo que sólo puede conseguirse por casualidad, así que, “casualmente” me metí en el chat el miércoles pasado, y ¡Oh casualidad! Pepe y yo hablamos. No mucho, porque, tal y como le dije, quería hacerle una pregunta pero debía ser en persona.

Durante casi toda la cena hablamos de tonterías, de sus cursos, de mis clases, de contracturas musculares, hasta que me sacó el tema de la pregunta.

-Ah, sí, la pregunta… estooo... ¿Yo te gusto?
- Sí, claro que me gustas
-¿Con ropa y sin ella?
- Por dentro y por fuera
- ¿Cómo un calcetín?
- … ehhh… sí… como un calcetín

Seguimos todavía hablando un buen rato, haciendo como que solucionábamos algo, sin hacerlo realmente, porque tal vez si indagábamos un poco más de la cuenta en el por qué de la separación temporal, la cosa podría terminar en algo más definitivo.

Hay dos canciones que me gustan mucho y que tienen mucho que ver con mi reconciliación con Pepe. Una es de Bebe y se titula “Razones”. La otra es de Iván Ferreiro y os la pongo aquí abajo para que la disfrutéis.




Mrs. P. (O Iván Ferreiro negándose a la evidencia)

Supongo que Pepe y yo hicimos como que arreglábamos nuestras diferencias sólo porque los dos teníamos ganas de estar juntos otra vez, así, sin más. Aunque nos falten los motivos. 

miércoles, 16 de enero de 2013

Soy un cliché


En uno de esos arrebatos de euforia que me dan cuando no he dormido y tengo mucho que hacer, después de mis clases matutinas y una visita a mi médico de cabecera (mi cuerpo indestructible parece que quiere dejarme mal ante todos aquellos con los que presumo de que nunca enfermo), me he pasado por el Carrefour para rellenar la despensa.
Sin pensar mucho, he deambulado por los pasillos cogiendo lo que creía conveniente, y cuando estaba a punto de pasar por caja, me ha dado por echar un ojo a mi compra:

Una botella de ron
3 botes de aceitunas
9 latas de comida para gatos

Igual soy un poco paranoica, pero esto es lo que me ha parecido ver reflejado en los ojos de la cajera:


He espiado a derecha e izquierda para asegurarme de que nadie estaba mirando y silbando discretamente he dado media vuelta y he rellenado la cesta con comida sana sin preocuparme si quiera de cómo iba a cargar con ella hasta casa.

Antes la escoliosis que el deshonor.




lunes, 14 de enero de 2013

9 semanas sin media


Dos meses. Sólo dos meses me ha durado el idilio, la ceguera, la fantasía, la sonrisa estúpida y sin motivo, las ganas de verse no importa cómo ni con qué excusa. La ilusión de que tal vez, quizás, quién sabe, éste sí sea el hombre con el que comparta, si no mi vida, al menos una buena porción de ésta.

El miércoles pasado tuvimos nuestro particular principio del fin. Para poner las cosas en su contexto diré que el reinicio del curso ha sido complicado: las relaciones con el dueño de la academia están enrarecidas y nuestro puesto se tambalea, las clases en empresas no terminan de despegar, apenas hay trabajo (y menos para las no nativas) y en esa debacle de cosas que se derrumban yo, no diré “necesitaba”, pero sí deseaba unas orejas amigas, una palabra amable, un abrazo reparador, un “te entiendo”. Ilusa de mí (en qué estaría yo pensando), creí que iba a encontrarlo en Pepe. En su lugar lo que obtuve fue un devastador “parece que has comido lengua, hoy”. Eso después de casi quedarse dormido mientras le contaba la última reunión con el jefe. En la mesa del restaurante.

Después de aquella respuesta se me quitaron las ganas de hablar y empecé a fantasear con formas de romper con él (good bye blue sky, me he dejado el helado en el horno, no me llames tú, ya te llamo yo, uy un coche de policía, voy a denunciar que me han robado el alma) mientras, ajeno a todo, me contaba que quería ir a ver no sé qué documental de no sé qué director alemán que no me apetecía lo más mínimo (si tú no me escuchas, yo tampoco, y ahora me enfado y no respiro).

Hablándolo con Charleen al día siguiente, sumida en mi perplejidad como estaba, me dijo que Pepe era un claro caso de “estoy ahí para el jajá jijí, pero cuando la cosa se pone seria prefiero que no me des la brasa”. Sé que Charleen no puede ser objetiva, primero porque me aprecia y segundo porque está inmersa en la misma angustiosa inestabilidad laboral que yo, con el mismo jefe pirata e impresentable y la misma necesidad de desahogarse, pero no puedo evitar darle la razón. Y es decepcionante. Y bastante descorazonador.

Pero como se ve que no había tenido suficiente decepción, y como en el fondo soy una romántica, después de la cena y el paseo quise darle un gran colofón a la velada (y a la relación) teniendo una de esas sesiones de sexo que tan bien se nos dan y tantos orgasmos (múltiples) me proporcionan. Gran error. Una puede ser fría con quien le deja fría, pero con Pepe no había vuelta atrás. No puedo pasar de considerarlo “potencial dragon” a “pituti cualquiera” en una sola noche. Me sentía tan lejos de él, tan estúpida, que sólo logré dejarnos con las ganas, incapaz de disfrutar y casi hasta de tocar. Fracaso total.

A la una y media de la mañana, después de 15 minutos escuchándole roncar plácidamente, me vestí, le besé y me marché.

Por suerte, una hora de caminar y encadenar autobuses después, llegué a casa, donde mis dos bestias peludas me esperaban, y no les importó si estaba triste o cansada, porque para ellos siempre soy bienvenida, querida, ronroneada y acuchada. Con que Pepe me hubiera demostrado una décima parte de esa dedicación, habríamos salvado la noche.

¿Soy yo, que soy muy exigente? ¿Es él, que ha metido la pata? Ninguna de las dos. Aunque suene triste, la verdad (y ahora lo veo) es que Pepe es un espejismo, una imagen en mi cabeza. Lo nuestro nunca ha sido verdad, pero eran tantas las ganas por hacer que sí, porque éste fuera el bueno, que ignoramos las señales tanto como nos fue posible: 9 semanas. Sin media.