lunes, 14 de enero de 2013

9 semanas sin media


Dos meses. Sólo dos meses me ha durado el idilio, la ceguera, la fantasía, la sonrisa estúpida y sin motivo, las ganas de verse no importa cómo ni con qué excusa. La ilusión de que tal vez, quizás, quién sabe, éste sí sea el hombre con el que comparta, si no mi vida, al menos una buena porción de ésta.

El miércoles pasado tuvimos nuestro particular principio del fin. Para poner las cosas en su contexto diré que el reinicio del curso ha sido complicado: las relaciones con el dueño de la academia están enrarecidas y nuestro puesto se tambalea, las clases en empresas no terminan de despegar, apenas hay trabajo (y menos para las no nativas) y en esa debacle de cosas que se derrumban yo, no diré “necesitaba”, pero sí deseaba unas orejas amigas, una palabra amable, un abrazo reparador, un “te entiendo”. Ilusa de mí (en qué estaría yo pensando), creí que iba a encontrarlo en Pepe. En su lugar lo que obtuve fue un devastador “parece que has comido lengua, hoy”. Eso después de casi quedarse dormido mientras le contaba la última reunión con el jefe. En la mesa del restaurante.

Después de aquella respuesta se me quitaron las ganas de hablar y empecé a fantasear con formas de romper con él (good bye blue sky, me he dejado el helado en el horno, no me llames tú, ya te llamo yo, uy un coche de policía, voy a denunciar que me han robado el alma) mientras, ajeno a todo, me contaba que quería ir a ver no sé qué documental de no sé qué director alemán que no me apetecía lo más mínimo (si tú no me escuchas, yo tampoco, y ahora me enfado y no respiro).

Hablándolo con Charleen al día siguiente, sumida en mi perplejidad como estaba, me dijo que Pepe era un claro caso de “estoy ahí para el jajá jijí, pero cuando la cosa se pone seria prefiero que no me des la brasa”. Sé que Charleen no puede ser objetiva, primero porque me aprecia y segundo porque está inmersa en la misma angustiosa inestabilidad laboral que yo, con el mismo jefe pirata e impresentable y la misma necesidad de desahogarse, pero no puedo evitar darle la razón. Y es decepcionante. Y bastante descorazonador.

Pero como se ve que no había tenido suficiente decepción, y como en el fondo soy una romántica, después de la cena y el paseo quise darle un gran colofón a la velada (y a la relación) teniendo una de esas sesiones de sexo que tan bien se nos dan y tantos orgasmos (múltiples) me proporcionan. Gran error. Una puede ser fría con quien le deja fría, pero con Pepe no había vuelta atrás. No puedo pasar de considerarlo “potencial dragon” a “pituti cualquiera” en una sola noche. Me sentía tan lejos de él, tan estúpida, que sólo logré dejarnos con las ganas, incapaz de disfrutar y casi hasta de tocar. Fracaso total.

A la una y media de la mañana, después de 15 minutos escuchándole roncar plácidamente, me vestí, le besé y me marché.

Por suerte, una hora de caminar y encadenar autobuses después, llegué a casa, donde mis dos bestias peludas me esperaban, y no les importó si estaba triste o cansada, porque para ellos siempre soy bienvenida, querida, ronroneada y acuchada. Con que Pepe me hubiera demostrado una décima parte de esa dedicación, habríamos salvado la noche.

¿Soy yo, que soy muy exigente? ¿Es él, que ha metido la pata? Ninguna de las dos. Aunque suene triste, la verdad (y ahora lo veo) es que Pepe es un espejismo, una imagen en mi cabeza. Lo nuestro nunca ha sido verdad, pero eran tantas las ganas por hacer que sí, porque éste fuera el bueno, que ignoramos las señales tanto como nos fue posible: 9 semanas. Sin media.

No hay comentarios:

Publicar un comentario