miércoles, 19 de diciembre de 2012

Amor del bueno (Happybeli to you II)


Hace un mes que dejé colgado el post de mi cumpleaños, pero claro, si ultimamente no soy capaz de llegar puntual ni al trabajo, pues mucho menos al blog.
Por suerte, con la memoria excelente que tengo para las gilipolleces, me acuerdo de lo que quería contar. Vamos a empezar por el principio:

¡Feliz no-cumpleaños, Beli!

Segundo regalo (Una caja de amor del bueno (con conservantes y edulcorantes naturales)

Ya he dicho antes por aquí que todas mis amigas están casadas, preñadas o paridas. A mí me encantan los niños, quiero con locura a mis sobrinos postizos, me alegro de corazón con la noticia de cada embarazo, juego con ellos, les presto mis peluches, les doy besitos cuando lloran y cuando no, soy paciente, estoy pendiente... estoy hasta los cojones. 
Mi instinto maternal salió por la puerta el día que Oshún entró por ella y tiré mi reloj biológico por la ventana, porque tanto tic tac no me dejaba dormir. 

Y lo cierto es que cada vez que quedo con mi gente de verdad, me encuentro arrastrada a un torbellino de gritos, llantos, vasos de cerveza volcados y conversaciones entrecortadas que giran entorno a naúseas, vómitos, guarderías, ciáticas, suegras y ecografías. 

Lo siento, pero ya estoy harta. No es mi vida, no tengo nada que ver con todo eso, me siento tan ajena, tan fuera de lugar, que se me quitan las ganas de compartir mis cosas, me aburro un poco y echo de menos los tiempos en los que podíamos estar horas jugando a las cartas, comiendo guarrerías y hablando de todo y de nada. O salir a bailar. O hacer tonterías sin horario. Como sé que no es posible, me resigno y saco lo mejor de la situación, pero a veces me harto y no puedo.

El día de mi cumpleaños, cuando me bajaron los niveles de dopamina tras la noche con Pepe, sólo me quedó el sueño y el cansancio. Y unas nulas ganas de bajarme de mi nube para mezclarme con la prosaica realidad familiar de mis amigas. Para colmo, a los 15 minutos de rigor que iba a llegar tarde, se sumaron 45 más por culpa de un malentendido con la hora de quedada, y  terminé nerviosa, a las carreras, despotricando contra el mundo, mi vida y lo difícil que es encontrar un taxi en mi barrio, sobre todo cuando tienes prisa.

En el camino fui envenenándome de a poquitos y buscando excusas para volverme a casa y mandarlo todo a paseo, pero claro, está feo eso de no presentarse en tu propia cena de cumpleaños, así que cambié el discurso y me preparé para afrontar lo que me iba a encontrar al llegar al restaurante. Y ¿qué me encontré?

Pues un montón de caras contentas, de "feliz cumpleaños", de abrazos, de besitos pegajosos, un "tranquila, que ya has llegado" y un divertido "hemos aprovechado que no estabas para pedir carnaza" (soy vegetariana).

Mis amigas. Las que están ahí. Las que siempre estarán, las que me perdonan que sea un desastre, las que llevan soportando sin reproches mi impuntualidad desde hace 20 años, las que siempre me esperaron cuando me marché a otro país, ya dos veces, para no volver. Las que me hicieron la tía postiza más orgullosa del mundo.

A veces se me olvida, pero eso es amor y no las tonterías de Jenifer Aniston.

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