Hace un mes que dejé colgado el post de mi cumpleaños, pero
claro, si ultimamente no soy capaz de llegar puntual ni al trabajo, pues mucho
menos al blog.
Por suerte, con la memoria excelente que tengo para las
gilipolleces, me acuerdo de lo que quería contar. Vamos a empezar por el
principio:
¡Feliz no-cumpleaños, Beli!
Segundo regalo (Una caja de amor del bueno (con conservantes
y edulcorantes naturales)
Ya he dicho antes por aquí que todas mis amigas están
casadas, preñadas o paridas. A mí me encantan los niños, quiero con locura a mis
sobrinos postizos, me alegro de corazón con la noticia de cada embarazo, juego
con ellos, les presto mis peluches, les doy besitos cuando lloran y cuando no, soy
paciente, estoy pendiente... estoy hasta los cojones.
Mi instinto maternal
salió por la puerta el día que Oshún entró por ella y tiré mi reloj biológico
por la ventana, porque tanto tic tac no me dejaba dormir.
Y lo cierto es que
cada vez que quedo con mi gente de verdad, me encuentro arrastrada a un
torbellino de gritos, llantos, vasos de cerveza volcados y conversaciones
entrecortadas que giran entorno a naúseas, vómitos, guarderías, ciáticas, suegras
y ecografías.
Lo siento, pero ya estoy harta. No es mi vida, no tengo nada que
ver con todo eso, me siento tan ajena, tan fuera de lugar, que se me quitan las
ganas de compartir mis cosas, me aburro un poco y echo de menos los tiempos en los
que podíamos estar horas jugando a las cartas, comiendo guarrerías y hablando
de todo y de nada. O salir a bailar. O hacer tonterías sin horario. Como sé que
no es posible, me resigno y saco lo mejor de la situación, pero a veces me
harto y no puedo.
El día de mi cumpleaños, cuando me bajaron los niveles de
dopamina tras la noche con Pepe, sólo me quedó el sueño y el cansancio. Y unas
nulas ganas de bajarme de mi nube para mezclarme con la prosaica realidad familiar
de mis amigas. Para colmo, a los 15 minutos de rigor que iba a llegar tarde, se
sumaron 45 más por culpa de un malentendido con la hora de quedada, y terminé nerviosa, a las carreras, despotricando
contra el mundo, mi vida y lo difícil que es encontrar un taxi en mi barrio,
sobre todo cuando tienes prisa.
En el camino fui envenenándome de a poquitos y buscando
excusas para volverme a casa y mandarlo todo a paseo, pero claro, está feo eso
de no presentarse en tu propia cena de cumpleaños, así que cambié el discurso y
me preparé para afrontar lo que me iba a encontrar al llegar al restaurante. Y ¿qué me encontré?
Pues un montón de caras contentas, de "feliz
cumpleaños", de abrazos, de besitos pegajosos, un "tranquila, que ya has
llegado" y un divertido "hemos aprovechado que no estabas para pedir
carnaza" (soy vegetariana).
Mis amigas. Las que están ahí. Las que siempre estarán, las
que me perdonan que sea un desastre, las que llevan soportando sin reproches mi
impuntualidad desde hace 20 años, las que siempre me esperaron cuando me marché
a otro país, ya dos veces, para no volver. Las que me hicieron la tía postiza
más orgullosa del mundo.
A veces se me olvida, pero eso es amor y no las tonterías de
Jenifer Aniston.
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