sábado, 21 de diciembre de 2013

La Fiesta de Navidad de la empresa

Ah, las fiestas de empresa. Qué momentos tan entrañables de estas fechas, donde por el módico precio de cinco horas de charlas interminables de jefes mirándose el ombligo y felicitándose unos a otros, te dan una barra libre de Brugal, cotilleo embarazoso y grandes éxitos de los 80 patrocinados por Sing Star.

Donde la becaria inocentona que no se entera de nada hace público que una vez le confesaste que el director de operaciones tenía un polvazo.

Donde sales a fumar para estar un ratito sola sin tener que fingir que eres un ser humano normal y perfectamente capaz de relacionarte con gente y te encuentras metiéndote en una conversación que no te incube, con gente a la que no habías visto en la vida sólo porque quedarte un rincón te haría parecer todavía más rara. O no. Socially awkward penguin style.




Y por fin, después de pasarte dos horas amenazando con irte, tienes un momento de lucidez mientras apuras la tercera copa y te marchas sin hacer ruido, borracha y contrariada a casa de tus colegas frikis porque, seamos honestos, es con ellos donde te sientes a gusto y eres más tú.

Pero como no es una verdadera fiesta de empresa si no terminas cagándola a lo grande, tu amigo se tiene que ir y te quedas con Sagitario*, su compañero de piso, que no bebe pero tiene una botella de Cacique guardada con tu nombre y si tú estás hecha mierda, él está peor, y a los dos os gusta gente que no os hace caso y le cuentas que además llevas muchos meses sin sexo, y él te dice que lleva muchos años y todo encaja y te lo terminas tirando de mala manera en su habitación intentando no ser consciente de que la estás liando parda.

¿Y qué sería de una fiesta de empresa sin la mañana siguiente? cuando llegas a trabajar con la botella de agua pinchada en la vena y te encuentras que los pringados como tú están intentando también ser productivos con una empanada mental más grande que la tuya, y te comes un marrón que no te toca porque tu jefa no llega hasta medio día con visibles rasgos de devastación.

Y entre mail y mail, te acuerdas de Sagitario y esperas no haberte portado como una auténtica gilipollas con el muchacho, aunque es difícil saberlo, porque sólo eres capaz de recopilar flashes inconexos de la noche anterior. Y ruegas haber dicho (porque no estás segura de si lo dijiste o sólo lo imaginaste) que esto tenía que ser secreto de estado y no salir de ahí. Ni volver a ocurrir.

Y mira que te habían advertido, pórtate bien con Sagitario, que es muy sensible.

En fin… Feliz Navidad.





*Cuando le dije que iba a contar su historia en mi blog, de entre todos los nombres posibles, quiso que le llamara Sagitario... Es un pseudónimo espantoso y ni siquiera cumple años en diciembre, pero me encanta el hecho de que, por primera vez, sea el propio protagonista el que elija su apodo.

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