domingo, 3 de junio de 2012

La ruptura más rara de la historia (1 Parte)


Ayer asistí en primera persona a la cita más estrafalaria de la que tengo constancia (superando a la primera y última cita online de mi amiga Dolores, que pensé insuperable) y tengo el dudoso honor de haber sido la artífice de la mayoría de los despropósitos. Empezando por el hecho de ser una cita con dos finalidades muy concretas: ver una obra de teatro que me apetecía y “romper” con el muchacho en cuestión. Y digo romper entre comillas porque no sé si califica como ruptura el decirle a un chico con el que has salido una sola vez, que no le quieres volver a ver.

Por supuesto, y como me temía, nada más apagar las luces, Stan se puso a hacer manitas y yo, que ya me sentía bastante culpable, opté por dejarme querer. Quién sabe, a lo mejor, aparecía la magia. He de reconocer que por un instante entre medias de unas cosquillitas, pensé que era posible. Pero luego se encendieron las luces y Stan seguía siendo el romántico tierno e inquebrantable que no me atrae nada.

Pero antes de la cena me besó y yo me dije ahora sí, en el beso se convierte en príncipe. Pero fui yo la que salió rana y me centré en el lambrusco y en hablar sin respirar.

Paseamos por Madrid abrazados y mi cerebro, a demasiadas revoluciones, agitaba los brazos para no ahogarse en el vino mientras intentaba encontrar el momento y las palabras, hasta que en mitad del beso (el quinto, el sexto, no sé, fue media botella) me separé violentamente y le dije:

- Tú y yo no vamos a ningún lado
- Pues vaya

Y tras el silencio incómodo, y aún de la mano, comenzó el sindiós...


(Continuará)

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