domingo, 4 de noviembre de 2012

La cita interminable


¿Cómo debe ser una primera cita a ciegas? En Meetic, con la suscripción, no te dan ningún manual de cómo hacer las cosas, así que cada uno improvisa como puede. La idea, más o menos, es tomarse una cañas y contarse la vida (con especial hincapié en el pasado sentimental), visitar un par de bares, e irse a casa. En total, unas 3 o 4 horas.

Una opción muy socorrida es el cine, porque si no tienes nada de qué hablar, siempre puedes comentar la película, y tengo entendido que otra versión que tiene mucho éxito es la de quedar para cenar. Supongo que los silencios incómodos se disimulan mejor con la boca llena.

En el apartado de cómo comportarse, la premisa principal es fundamentalmente ser amable y seguir el rollo. Los hay que te cogen de la mano (véase Stan), los hay que te cogen de la mano y te besan (véase JL), los hay que se te lanzan por sorpresa (véase Luke) y los hay que te dan dos besos y te dicen que la próxima en Salamanca (véase Salmantino).

Yo llegué a mi primer encuentro con Pepe ligeramente desanimada. Después de la expectación y las ganas que me había creado nuestro último chat, en los cuatro días que mediaban entre éste y la cita en sí, la ilusión se me había desinflado un poco.

A lo mejor fue por su mensaje de “necesito hablar contigo, que hace 48 horas que no nos comunicamos” o el que me advirtiese por la mañana de que a lo mejor no podía quedar o que en cualquier caso tendríamos que retrasarlo a las 9, o tal vez el maldito sentido común que siempre se interpone entre nuestras fantasías y la realidad, pero el caso es que cuando llegué, mis esperanzas no estaban, lo que se puede decir altas.

Pero empezamos con unas cañas y la cosa fue bien. Y luego nos sentamos en una pizzería (la mía tenía ajo y me sentí como la del anuncio) y la cosa siguió animada, así que entramos a un bar y nos tomamos otra (ambas sin alcohol, que él tenía que conducir y yo tenía que no vomitar la pizza), y nos cerraron los bares y yo, que me había propuesto no besarle, y no dejarle que me llevara a casa, me monté en su coche resuelta a cumplir, por lo menos, mi primer propósito.

¿Hacemos algo raro? ¿Dónde podemos ir? ¿Al Escorial?
- (¿pero no me ibas a dejar en mi casa?) No lo veo claro
- Vamos a Vallecas, al mirador
- Vale
Niños y niñas que me leéis desde vuestras casas. Si alguna vez un desconocido te invita a ir de madrugada a un parque oscuro y alejado de la mano de dios, decid que no. Si resulta ser un psicópata, estás perdida, es una irresponsabilidad, un riesgo estúpido. Pero mi sentido común se ve que estaba de puente, y allá que nos fuimos, armados con una botella de agua y medio paquete de tabaco. Por suerte Pepe resultó no ser un psicópata (y si lo es, perdió una oportunidad de oro para descuartizarme) y la cosa salió bien. Muy bien.

Nos tumbamos en la colina a ver las estrellas (las tres que se dejan ver en Madrid) hablamos de la vida, del pasado y del amor en Meetic, hizo frío, nos acurrucamos y al final, allá hacia las 5 de la mañana, después de 8 horas de primera cita, nos besamos. Parecíamos el guión de una película indie de los 90.

Y lo raro es que nada de eso fue raro.


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